Los ciudadanos solo esperan no acercarse más al abismo de 1989.

Ecos de un pasado violento

Atentado contra un candidato presidencial, acciones terroristas, policías asesinados, organizaciones criminales envalentonadas: la Colombia del 2025 evoca la de 1989, uno de los peores años de su historia reciente que la serie televisiva Escobar, el patrón del mal recreó magistralmente.

No todo son coincidencias, por supuesto: la democracia estrecha de entonces se ha ampliado, las capacidades institucionales de los órganos investigativos son robustas y la violencia tiene hoy menor magnitud, está fragmentada y carece de proyectos ideológicos.

Paradójicamente, el aciago 1989 fue el preludio de un pacto político y social ambicioso: la Constitución de 1991, que alumbró al Estado social de Derecho y fue un amplio acuerdo de paz.

Un factor ha empeorado: la polarización del país, tanto en las élites como en los ciudadanos. Los responsables: el desgobierno de Gustavo Petro y los desaciertos de la oposición.

Gustavo Petro, un gobierno ausente y una oposición errática

De un lado, el desbarajuste actual recae en un presidente ausente, indisciplinado para administrar, reacio a consensuar y con pulsiones autoritarias, recurso desesperado para dejar un legado que se mida en indicadores y no en proclamas revolucionarias.

El atentado contra el candidato presidencial Miguel Uribe Turbay han revelado su renuencia a comportarse como jefe de Estado: declaraciones ambiguas de solidaridad, cero autocrítica por sus mensajes agresivos contra sus críticos y ninguna rendición de cuentas a los cuerpos de seguridad en lo ocurrido, a pesar de que el senador del Centro Democrático había pedido unas 20 veces que le reforzaran su esquema de seguridad y el día que le dispararon este se había reducido.

La errática oposición, por su parte, ha tardado en captar que cuando la violencia política entra en escena, lo que está en juego ya no son las próximas elecciones, sino la comunidad política, sus valores comunes y todos sus integrantes, no solo sus líderes.

No acusaron recibo del mensaje porque en un escenario de desgobierno y emocionalidad confrontacional cada quien ha intentado sacar provecho o cobrar guardadas inquinas. De allí que, a pesar de la conmoción nacional que produjo el atentado, la polarización política no remitió: subió de tono.

La fuente de esta polarización tiene mucho que ver con el uso de Petro de X, al punto que comentar y psicoanalizar sus mensajes se ha convertido en un deporte nacional en el que los ya convencidos ratifican día a día que es un mal gobernante, mientras él alimenta a su cuarta parte del electorado, cada día más incondicional.

Polariza y tendrás atención, es la estrategia que lo mantiene en el centro de todas las polémicas, presentándose como chivo expiatorio del establecimiento, distrayendo a todos con sus ocurrencias mientras estas se estrellan con la contención institucional.

Este es el futuro que tendrá su insólito decreto de convocar una consulta popular sobre su proyecto de reforma laboral, a pesar de que el Senado la rechazó mayoritariamente.

Y así, mientras en la Colombia del 2025 el país político solo piensa en elecciones –aunque uno de los suyos esté luchando por su vida en una unidad de cuidados intensivos–, los ciudadanos solo esperan no acercarse más al abismo de 1989.

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